La discusión sobre la venta del nombre del Monumental ha dado pie para todo tipo de argumentos. Muchos de ellos (una leve mayoría, me parece) van en defensa de la misma posición que yo sostengo y que expreso en otro post. Pero aquí me quiero referir a aquellos que están a favor de la venta del nombre del Estadio, y que por cierto, enriquecen la discusión. Sólo para ejemplificar, citaré dos que me parecen particularmente atendibles tanto por la lógica que ellos contienen, como por lo mucho que se repiten en la discusión:
“En el fútbol mundial, estadios de equipos importantes y con mucha tradición como el Arsenal de Inglaterra ya tiene su estadio con un sponsor”.
“El estadio es un edificio y hay que hacerlo rentable. Colo-Colo es otra cosa y eso no se vende, la memoria de David Arellano seguirá siempre donde estemos los hinchas que amamos este Club”.
Estos dos argumentos me parecen súper legítimos, pero los dos me provocan la misma pregunta: ¿Dónde está el límite? Porque que la camiseta tenga publicidad estas alturas nos parece a todos algo obvio, pero que el uniforme parezca un auto de Fórmula 1 como hoy sucede a algunos nos hace ruido. Personalmente, me resisto a creer que para sustentar econonómicamente al Club nuestra insignia tenga que ser el parche más pequeño de todos los que lucimos. Siguiendo la línea argumental de que el Estadio es sólo un edificio, la insignia es sólo un pedazo de género, ¿estamos dispuestos a vender ese espacio sólo para tener más plata?
Otro ejemplo más: La publicidad estática al borde de la cancha la tenemos incorporada como parte del paisaje de un partido de fútbol, pero ¿no les parecía una falta de respeto cuando colocaban tres filas de ésta tapando parte de la visibilidad de los hinchas sentados en el sector Cordillera de la Ruca? A mi sí, y principalmente porque sentía que los colocolinos que ahí estaban importaban nada a la empresa administradora de Colo-Colo, que para ésta ellos no eran parte de la institución. Y eso, me parecía entonces y me parece hoy, es un atentado contra el espíritu que ha caracterizado a nuestro Club.
Porque creo que es ahí donde reside el punto central de esta discusión: En la mística que poco a poco va desapareciendo del Cacique. No es el edificio el que me importa conservar, es el nombre de David Arellano el que me interesa que resuene con fuerza. Yo soy partidario de que se cambie el nombre del estadio, pero no al del mejor postor, sino al de nuestro fundador, cuyo ejemplo a nuestros últimos planteles harto les ha faltado conocer.
Hagan que los jugadores (todos, los de cadetes -y particularmente ellos- también) se sientan parte de esta Historia llamada Colo-Colo. Estoy seguro que la valorización de la suma de ellos superará el millón de dólares anuales que ofrecen las empresas por el nombre del Monumental. De lo contrario, bajo la idea de satisfacer las necesidades económicas terminaremos siendo hinchas de una institución millonaria, pero carente de identidad. Una identidad que –lo acepto- no radica en un edificio, en un pedazo de tela o en una copa, sino que en algo intangible que se llama tradición y que hace que quienes se sienten parte de ella hagan cosas que sólo por la plata no estarían dispuestos a hacer. De ese Colo-Colo me hice hincha yo, no del que me están tratando de inventar.