El 2018, bajó la conducción de Mario Salas, fue sin duda su mejor año. Obtuvo los mejores números de su carrera y fue escogido como el mejor futbolista del año en Perú, antecedentes que le significaron su llegada a Colo Colo.

Pero antes de consagrarse tuvo que sortear distintos obstáculos que le puso la vida. Sus idas y venidas comenzaron cuando Costa junto a sus padres y ocho hermanos viajaron doce horas en la caja de un camión rumbo a la ciudad de Artigas.

Allí en su barrio, un representante llamado Pablo Betancur, vio el potencial de aquel pequeño de sólo nueve años en un partido con amigos. Le dio de comer junto al resto de su familia y los convenció de que se devolvieran a Montevideo para probar suerte en las inferiores del Danubio.

De regreso a la capital uruguaya, comenzó a entrenar con el cuadro franjeado, pero era el más pequeño de una categoría donde destacaban los jugadores más robustos y Costa admite que se sentía acomplejado.

"Me daban vitaminas, me daban de todo, pero era muy chiquito. Mis compañeros eran todos enormes, me daba vergüenza hasta bañarme. Encima venía en el ómnibus con la túnica para no pagar el boleto, me bajaba unas cuadras antes para que no me vieran", confesó al diario deportivo de su país Garra.

Su agente quiso llevarlo a Alemania, pero su madre no lo autorizó, porque Costa habría tenido que viajar solo y allí terminó su historia con Danubio. Poco tiempo después, su padre cayó preso.

A partir de entonces, el hambre se convirtió en el peor enemigo del "Guri" como le apodan sus cercanos. "No queríamos saber nada con el estudio. pero la escuela la terminamos todos porque ahí nos daban de comer. Es como dice la canción, con hambre no se puede pensar", admite Costa al mismo rotativo.

Se mudaron a San Carlos y el club Libertad de esa ciudad le abrió las puertas junto a varios de sus hermanos a cambio de 11 litros de leche al día. "La rompimos, el técnico quedó como loco y quería que empezáramos a practicar. Mi hermano le explicó la situación en la que estábamos y nos empezó a llevar 11 litros de leche todas las mañanas. Íbamos a la práctica gozados", contó.

Costa comenzó a forjar un sueño: quería debutar en primera al igual que su hermano, que lo hizo con el Peñarol de Artigas. Pero su cuerpo delgado y baja estatura se volvieron un obstáculo en un país donde el juego rústico y aéreo pesan más que la técnica.

"Me puse a estudiar, no quería jugar más al fútbol...me decían que era muy chiquito. Terminé dejando de jugar. A los 17 me fui atrás de mis hermanos grandes que se habían ido a buscar la vida a Buenos Aires", relató Costa, aunque este plan no salió como se lo esperaba.

"Me ahorré para el pasaje trabajando en una rotisería, y cuando llegué a Migraciones en Colonia me faltaban todos los papeles porque era menor, yo no tenía ni la menor idea. Lo que lloré solo ahí, no tenía ni para volver. Cumplí 18 y ahí sí me fui”, reconoció.

Su hermano, el que debutó en el fútbol, convenció a Guri de que volviera a Montevideo para jugar. Consiguió un representante que le animó para que fuera al River de Uruguay,

"Mi hermano me decía que tenía que jugar, él tenía más confianza que yo. Ni esperaba poder vivir del fútbol, pero él estaba convencido de que yo podía. Quería ser como él. Me llevaron a la cuarta de River con 18 años sin haber hecho inferiores, sin nada. Fuimos a probarnos con un lateral izquierdo que tenía todo para ser jugador de selección...lo querían como locos, y a mí no me habían visto nada, pero me daban una semana más. Me metí en el cuarto y me puse a llorar, no me quedaba otra que romperla al otro día. Hice tres goles. Me gané que me siguieran probando. Aprendí a motivarme solo. Quedé en River. Yo no preguntaba ni por plata ni por nada, me daban de comer y donde dormir y con eso estaba”, relata a Garra.

Así fue forjando su carrera Gabriel Costa, que por fin supo como podía rendir un deportista comiendo cuatro veces al día y confesó que nunca se había sentido tan espectacular.

Pudo debutar tres años después cedido en el Rocha de su país. Su primer duelo por primera división lo hizo con el Bellavista de Uruguay bajo el mando de Guillermo El Topo Sanguinetti, mismo entrenador que lo llevó a Alianza Lima sólo por confianza.

En sus inicios jugaba de enganche, por eso tiene facilidad para asistir, pero en Perú comprendió que por las bandas es donde mejor se desenvuelve. Luego de perder una final contra Sporting Cristal, ficha por el club rimense tras sorprender a su adiestrador, Mariano Soso.

Sin embargo, luego de un inicio prometedor se rompió el ligamento cruzado y el diagnóstico era lapidario: ocho meses de baja. Se prometió que volvería para las finales y el nacimiento de su hijo Benicio, fue una motivación adicional, para finalmente volver a los cinco meses, con gol incluido.

En Sporting Cristal tuvo el apoyo que necesita un futbolista, incluso durante una lesión que frenó la carrera de muchos jugadores. Mario Salas también confió en su potencial y le sacó sus mejores registros como futbolista gracias a sus 26 goles y 19 asistencias.

Aquel Guri que comenzó a intercambiar sus goles por unos litros de leche y criado entre muchos hermanos que sólo iban al colegio para comer, firmó el contrato de su vida con Colo Colo y ya está entrenando con el Cacique.