Cada uno de nosotros tendrá algún ancestro, algún amigo mayor, una referencia a quien atribuirle buena parte de su colocolinidad. Buena parte del tiempo son los padres, otras tantas algún tío, a veces los abuelos, da un poco lo mismo quién específicamente, pero seguramente casi todos tenemos esa referencia, esa persona en la cual pensamos cuando queremos remontarnos a los orígenes, a las primeras piedras de un sentimiento que cruza toda la vida.
Y uno se sorprendía pensando en esos “viejos de mierda”, en términos cariñosos, que podían ser muy serios, muy adultos, con tantas responsabilidades, pero que retrocedían siempre a tiempos mejores hablándonos de Chamaco, de Caszely, de Elson Beyruth, con la misma ilusión de un niño, con la emoción de alguien que evoca algo lindo e importante en su vida. Y quienes vieron jugar a éstos, seguramente escucharon en su tiempo a otros viejos de mierda más viejos que ellos, hablándoles del Cuacuá Hormazábal, de Jorge Robledo o Colo Colo Muñoz.
La inmensa mayoría de nosotros no vio jugar a estos próceres de la camiseta alba, pero sabemos, por estos viejos, lo importante que fueron. Pero uno empieza a crecer y a dar pasos de responsabilidades en la vida y de a poco comienza a empatizar más y más con estos viejos de mierda. Uno se sorprende al ver a colocolinos que no vieron jugar a Barticciotto, incluso a Marcelo Espina, y en unos años más habrá no pocos adolescentes que no recordarán al Matías Fernández del 2006.
Toda esta introducción, quizás latera, tiene el único objetivo de justificar que, desde ya, varios nos atribuiremos la condición de viejos de mierda cuando le hablemos a generaciones futuras del enorme Esteban Efraín Paredes Quintanilla.
Porque lo que hizo Paredes ante Audax, sin dudas, entra a la colección de sus momentos más dorados con esta camiseta, no sólo por sus goles y su capacidad de finiquito, sino por la emoción que provoca un tipo con 37 años, con su traje de superhéroe quizás desvencijado con el paso de los años, pero con ese liderazgo increíble para cargar con el equipo y llevarlo a pelear una pelota más, para sobreponerse a la mala suerte de pegar tres tiros en los palos y de andar increíblemente salado con los penales.
Con su look rubio, producto de la “manda” que pagaron con Orión y el Pájaro, Esteban ya clavó el 1-0 por un expediente como el tiro libre por el cual no marcaba desde hace cuatro años. Y después marcó el 2-0 tras una jugada colectiva inolvidable que parte por Orión, para un Baeza que corrió 80 metros armando una belleza de pared con Nico Orellana, luego Valdivia y esa verdadera flecha que es el Torta Opazo para el centro de primera y la definición del crack entre las piernas de Peric.
Es verdad que con el corte energético se apagaron muchas luces, incluyendo algunas del equipo mismo. Y pese a que tuvimos el tercero con el penal que lamentablemente marró el 7, el rival también juega y despertó luego de una buena siesta, especialmente con la entrada de Sergi Santos, un tipo con una velocidad muy complicada de enfrentar.
Pese a eso, el partido estaba para el 3-0 y el propio Esteban la mandó al palo con un picotón donde muchos gritamos erradamente el gol. Sin embargo, la actitud de Audax era distinta y con bastante empuje encontraron el descuento por intermedio de Santos, que aprovechó una salida dubitativa de Orión –seguramente lo complicó la línea del área grande– y puso un descuento que castigaba en demasía al Cacique.
Si bien Audax tuvo un par de chances para empatar el partido –un cabezazo de Abreu, gran e inteligente futbolista, se fue por arriba–, la dinámica del partido pedía matarlo. Y no podía. Otro palo del crack, esta vez con un tiro libre, y un par de chances no bien resueltas por un activo Nico Orellana, nos llevaban a cierta desesperación y a pensar que tanto desperdicio podía tener un castigo cruel.
Y así fue. Con mucha actitud y garra –algo destacable, no todos los equipos muestran eso en el Monumental–, en una jugada bien reboteada y terriblemente uruguaya, los audinos encontraron un empate que premiaba su rebeldía frente a un escenario hostil y adverso, pero que castigaba en demasía al equipo que había sido superior.
Pero no es casualidad que, de los 169 goles de Paredes en Colo Colo, 37 hayan sido hechos en los últimos quince minutos. No es el goleador que mete el cuarto gol en un 5-0, no basa su leyenda en eso, sino en aparecer en estos momentos, sobreponiéndose a la adversidad del momento del equipo y a la propia adversidad de haberle pegado tres veces a los palos. A haber sido el único farol de ese Colo Colo discretísimo post 2009, y como esa luz se trasladó a su cabellera, no podía ser de otra forma: de cabeza marcó un 3-2 gritadísimo y difícil de olvidar.
Después vendría el lío con la expulsión del Torta –con un árbitro tremendamente superado por el entorno, la dinámica del partido y el carácter de los jugadores más veteranos de ambos equipos–, pero la pega ya estaba hecha y Esteban, con el lenguaje corporal de un cabro chico, apenas pitó el réferi el final del partido, fue a buscar la pelota, su pelota, y empezó a hacer jueguitos con ella antes de hablar con la prensa.
Ojalá el crack logre los récords que se merece, que las lesiones lo respeten y que recupere la puntería en los penales. Pero aunque no lo logre, uno sólo tiene que agradecer vivir en la era de Paredes, haber podido disfrutar a un jugador como este, y brindarnos todos los argumentos del mundo para transformarnos, en unos años más, en uno de esos viejos de mierda cuando le hablemos a nuestra descendencia de cómo jugaba Paredes.