Una tremenda jornada fue la que se vivió durante la mañana de este viernes 16 de diciembre en el Estadio Monumental. En el acceso al sector Océano, se inauguró la estatua en honor a Carlos Caszely.
La ceremonia estuvo marcada por los actos simbólicos y por los discursos. En primer lugar, fue Óscar Plandiura, escultor de la figura, quien homenajeó el goleador histórico de Colo Colo y, posteriormente, fue Axel Pickett, afamado escritor, el cual se robó los aplausos con una especie de microcuento que vale la pena leer.
Así, en un discurso que se titula “Cuando el Chino Caszely”, el autor hizo un recorrido por la historia del jugador, aclamando cada uno de sus pasajes como futbolista y como ídolo de la institución deportiva más grande de nuestro país.
“Cuando el Chino Caszely”, el discurso de Axel Pickett a Carlos Caszely
“Cuando el Chino Caszely se asoma por el túnel norte del Estadio Nacional, amanece la luz de la esperanza en el pueblo colocolino, los padres le cuentan a sus hijos las proezas del Chino y don Rene, su padre, sentado como siempre justo frente al túnel por donde aparecen los jugadores, se enternece al ver a su hijo ser ovacionado.
Cuando el Chino Caszely pisa el césped, el arquero rival siente la orfandad de su pega y se prepara para lo peor. Las redes de los arcos ven temblar al golero y saben que la hora de ser infladas ha llegado.
Cuando el Chino Caszely corre y corre como endemoniado, el balón impulsado por Chamaco Valdés, cuarenta metros atrás, le roza la nariz y cae justo frente a él; los hinchas salen eyectados de sus asientos y los padres paran a sus hijos en el tablón para que no se pierdan detalles.
Cuando el Chino Caszely controla el balón, los hinchas caen y se acomodan en el tablón, buscan la mejor visión entre las cabezas de quienes están sentado en la fila anterior y los padres les advierten a los niños que presten atención a las hazañas que ellos tendrán que contar, a su vez, a sus descendientes.
A veces el Chino Caszely arranca desde su área con toda la cancha del Nacional y toda una vida frente a sí. Entonces, en una primera reacción, la multitud exhala más suspirando que gritando, con sorpresa y admiración, como hicieron también los rusos en el estadio Lenin, como recuerda el músico Joakin Bello, compañero dariano de Carlos Humberto, que vio el partido de la selección en Moscú, en septiembre del 73.
Cuando el Chino Caszely toma confianza, cuestión que nunca le ha costado mucho, driblea rivales, elude patadas, deja pasar insultos, esquiva maldiciones y termina frente a un arquero resignado que sale al achique con menos esperanza que el último defensor de las Termópilas.
Cuando el Chino Caszely entra al arco rival con el balón pegado a sus pies, el pueblo colocolino estalla y entona un solo coro de “Se pasó, se pasó, se pasó…”, que invade los oídos de todo un país y se instala para siempre en la memoria de quienes tuvieron la dicha de escucharlo en vivo y en directo.
Cuando el Chino Caszely ve que viene el balón impulsado por Chamaco en la mitad de la cancha del Maracaná se sonríe, porque ya conoce todo lo que sucederá en los próximos segundos. Sabe que dejará pasar el balón entre sus piernas y se pondrá a correr como loco; tiene claro que el Negro Ahumada comprenderá todo y le dará, de primera, un pase entre los centrales; está convencido de que controlará ese balón a toda velocidad hacia el área rival y de que mirará a Wendel, el arquero de Botafogo, solo para confirmar que no tendrá cómo detener ese remate que saldrá de su botín derecho.
Cuando el Chino Caszely confirma que la gloria lo espera a brazos abiertos, su sonrisa ya abarca todo su rostro, mientras se acerca al pedazo de pasto elegido para arrodillarse y celebrar su gol en el Maracaná, que abre la senda para el primer triunfo chileno en Brasil frente a un equipo local. “Un poema de gol”, sostendrían sus compañeros. “Baixinho y simpático”, comentaría la prensa carioca.
Cuando el Chino Caszely conecta el centro de Mané Ponce creemos en la rectitud de las leyes de la geometría.
Cuando el Chino Caszely busca, encuentra, devuelve y recibe la pared con el Negro Vasconcellos confirmamos que la poesía también juega al fútbol.
Cuando al Chino Caszely lo quiebra el maldito y olvidado Achondo nos duelen hasta las muelas sanas y se nos congela el alma.
Cuando el Chino Caszely enfrenta camisetas azules, logra que Quintano se desparrame; que Mosquera pierda el equilibro; que Pellegrini intente, pero no pueda; que Aránguiz no sepa qué hacer; que Carballo no tenga nada que hacer.
Cuando el Chino Caszely acomoda la pelota en el punto penal… vaya uno a saber qué pasa por su cabeza. Golpea la pelota quizás renegando de su divinidad, tal vez pidiendo que se olviden sus milagros y se le acepte como un común mortal. Craso error. No había para qué. Nunca lo conseguirá. Siempre será el dios de pelo crespo y bigote frondoso.
Cuando el Chino Caszely decide ser cantante pop… vaya uno a saber, de nuevo, qué pasa por su cabeza. No importa. Dejémoslo ahí.
Cuando el Chino Caszely marca un gol y levanta su puño izquierdo golpea las injusticias, enfrenta generales asesinos, corruptos, cobardes y traidores, denuncia la tortura de su madre, maldice el oprobio de su pueblo, resucita a desaparecidos y desaparecidas, impone la fe en Chile y en su futuro, abre las alamedas por donde volverán a transitar las mujeres y los hombres libres.
Y tú, Chamaco, que le sonríes al Chino frente a frente, déjate de tonteras, mira para otro lado por un buen rato, deja de invitarlo a paredes infinitas y celebraciones eternas junto a David, Cua Cua, Elson y tantos otros. Ya tendrán tiempo para eso. Necesitamos al Chino Caszely con nosotros: su mano siempre extendida, su corazón que es el nuestro también, su sonrisa generosa que lo achina aún más.
Entiende, Chamaco, que con el Chino Caszely nos faltan muchas copas que levantar, vueltas olímpicas que caminar, historias que escribir y un país más justo y solidario que construir”.
Por Axel Pickett Lazo