PorDarío Sanhueza D.L.C.
@DarioPat
Panelista DaleAlbo Radio
El inicio del año para el Cacique fue extremadamente auspicioso. Primero con la obtención de la Supercopa (que si bien es un torneo de tinte menor, las Copas hay que ganarlas y cuánto nos habría gustado rescatar algo en esos años oscuros entre la 29 y la 30), y luego con dos muy buenas victorias, primero de visita frente a un CDA que será protagonista, y posteriormente con la inolvidable actuación de Paredes frente a Audax.
Sin embargo, la derrota con Palestino pegó bastante. El equipo no jugó de buena forma, y si bien quizás el haber perdido haya sido un castigo algo excesivo para un trámite que probablemente llevaba a un empate, los errores fueron muy manifiestos. Y así, con la objetiva imposibilidad de abstraerse totalmente del debut del equipo en la Copa Libertadores, nos tocaba recibir a un O’Higgins bastante mejor estructurado que el equipo rancagüino que tristemente deambuló en el torneo pasado como alma en pena.
El primer tiempo de Colo Colo ante los celestes quedó muy al debe y la desventaja parcial tenía respaldo en el trámite. Es muy cliché decir que errores como los que cometió Suazo –con una distracción manifiesta– pagan caro y más aun en lo que será la Copa, pero los clichés por algo llegan a serlo, porque se trata de situaciones que pasan a ser ciertas de tantas veces que acontecen. Por ahí incluso Orión tuvo una de sus grandes atajadas ante un cabezazo de Osorio en un corner, y Colo Colo, más allá de algunos empujes individuales, no encontraba respuestas en ofensiva, con poca chispa y creatividad. A Rivero aún le falta un poco de rodaje, Orellana no repitió su actuación ante Palestino –donde claro, se perdió goles, pero fue de los mejores del equipo–, Valdivia no estaba fresco ni con las luces encendidas, Baeza no rompió líneas, Carmona se veía algo sobrepasado, y por los costados el Torta aportó con su velocidad pero sin desequilibrio, y el propio Suazo mostró poco más que su habitual empuje y entrega.
Estaba claro que en el segundo lapso tenía que entrar Paredes e intentar, nuevamente, ponerse al equipo al hombro, como tantas veces, siendo la máxima reserva moral de este Colo Colo, qué duda cabe de ello. Más allá de su rendimiento, Paredes genera algo, contagia, infunde respeto, genera preocupaciones extra, obliga al rival a tomar más precauciones. Y así fue, pese a no brillar ni a marcar, Esteban provocó ese efecto y el equipo adoptó una actitud diametralmente distinta a ese equipo contemplativo e inexpresivo del primer tiempo, unido también, por supuesto, al ingreso del Pájaro.
Sin embargo, la figura de Colo Colo fue Orión, lo que provoca sensaciones encontradas. Por una parte, es malo que la figura del equipo sea el arquero, que termina salvando las papas incluso de manera heroica tapando un pelotazo –offside eso sí– con todo lo que se llama rostro, porque ello indica que perfectamente pudimos haber perdido; pero por contrapartida, es bueno que nuestro arquero retome confianza de inmediato, luego de los errores ante Palestino y en menor medida ante Audax. Si en la fecha pasada Orión tuvo gran responsabilidad en perder un punto, en esta fue determinante en que no perdiéramos el partido.
Y salió el empate de una forma que le gusta mucho al colocolino, con empuje y coraje. Primero con un gran pivoteo ganado por Carmona ante una pelota llovida, y luego ante la excelente definición de un Zaldivia que es de esos jugadores comprometidos y contagiosos –en el buen sentido–, aprovechando el grueso error en la salida de los rancagüinos para permitirnos rescatar, al menos, el invicto en casa en un partido que perfectamente pudimos haber perdido. También lo pudimos haber ganado, con unos penales que decidió omitir un árbitro que insólitamente le puso apenas amarilla a Juan Fuentes luego de pegarle a Valdivia una patada digna de la más rancia escuela de capoeira. Quizás quiso homenajear a las batucadas (!) que ahora tocan en Océano al ingresar al estadio.
Pero… llegó el momento –sí, también uno lo piensa con la voz de Jaime Davagnino, el locutor en off de “Rojo”–, ese que esperamos desde aquél triunfo en Concepción que nos dio la 32, y probablemente desde antes. La Copa Libertadores es de las cosas que genera sensaciones más profundas en el colocolino: por una parte está el eterno orgullo de ser el único equipo de esta tierra que es realmente campeón de América y la luce en sus vitrinas; pero por otra, la bronca de no haber hecho una buena campaña desde hace muchos años, más allá de grandes partidos esporádicos como el triunfo en Brasil ante Palmeiras del 2009, el 3-2 al Santos de Neymar el 2011 o el 2-0 a Atlético Mineiro del 2015.
Los jugadores y el cuerpo técnicos, al menos en la teoría, se ven centrados en no “atraparse” mentalmente con la responsabilidad que implica esta historia reciente tan dolorosa y traumante, con eliminaciones dignas de películas de terror que no detallaremos en estas líneas. Se notan ganas y enfoque en construir una nueva historia, en no hacerse cargo de los traumas, y en salir con el cuchillo entre los dientes a hacer respetar la casa desde un comienzo. Al frente tendremos una prueba durísima, un rival de alta alcurnia como Atlético Nacional, de una historia reciente esplendorosa, y que si bien ha tenido partidas de jugadores importantísimos que fueron determinantes en la Copa que ganaron el 2016 (Armani, Borja, el Lobo Guerra), y el propio DT Reinaldo Rueda, a partir de allí han hecho incorporaciones de similar nivel como el arquero Monetti, el ex Lanús Braghieri, o el terrible Dayro Moreno que llegó el 2017, más allá de un técnico de gran presente (y futuro) como Almirón o nuestro conocido Macnelly Torres.
Pero en casa, nuestra casa, llena hasta las banderas y con un equipo que sin dudas tiene con qué ilusionarse e ilusionarnos, estamos listos para este desafío. Que venga el que tenga que venir, que acá le damos cara. ¡Vamos Cacique mierda!